Majestuosidad del Monte Fuji,
enfrentando una soledad que está seca.
Marchitada en instantes que traspasaron fronteras.
La danza de la cotidianidad se hace fuego
cuando sus movimientos quedan
convertidos en escarchas pequeñas,
que se conectan con el céfiro
que sopla del este a oeste,
o del norte al sur.
Hay un aislamiento que mata
y deja las venas vacías.
No queda nada que decir.
Nos resta viajar al Monte Fuji.
y convertirnos en dioses al amanecer. |