Sentada en una cumbre en solitario
obligada a permanecer en silencio por muchos años,
mis ojos se posan en las fotos de amantes antiguos
que lograron estremecerme cuando era joven
al comprender que los engaños se reparten
sin dueños, pero tocan a las puertas
con insolencia y persistencia.
Mi cuerpo entero tembló
y tome la espada del castigo,
para empezar a destronar reyes y reinas
sin misericordia, un odio maldito
se me apoderó
y fui capaz de traicionarme a mí misma.
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